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Jun 09

EL CABALLO CHILENO EN TIEMPO DE GLOBALIZACION

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Desde los albores de nuestra nacionalidad, los cronistas e historiadores destacan el noble rol que ha tenido el caballo chileno  en la vida, costumbres y modo de ser de un país como el nuestro; austero, aislado en los confines del mundo y cuya sociedad comenzó a forjarse en los duros afanes de la antigua hacienda.

 Es conocido el sugestivo panegírico que hace de nuestro caballo, por ejemplo, un Vicente Pérez Rosales: “el caballo chileno es oriundo de raza andaluza. No es de estatura notable, pero es nervioso y lleno de fuego, de agilidad y de nobleza. Es de una sobriedad extraordinaria. Hace frecuentemente caminatas de 25 a 30 leguas en un solo día sin tomar alimento, sin refrescar siquiera el hocico en los arroyos y torrentes que está obligado a atravesar. Su destreza y su obediencia al freno son notadas con justa sorpresa por los extranjeros; se vuelve en todos los sentidos y con presteza sobre sus patas traseras, según el jinete se incline a derecha e izquierda, y se detiene de un golpe, en medio de la carrera más rápida a la menor presión de las riendas sobre el freno. Caballo de batalla como de paseo y de labor, es muy estimado en todas las Repúblicas del antiguo dominio español” (Ensayo sobre Chile, Imprenta del Ferrocarril, Santiago 1859, p. 129-130). Los más diversos cronistas nacionales y extranjeros retratan el rol del caballo chileno en la vida de nuestras gentes.

La estampa del caballo chileno, está plasmada en el imaginario nacional. Se entrelaza con la valentía y las destrezas del jinete huaso y todo su mundo, en un mismo símbolo de nuestro ethos cultural de raíz agraria. En los cuentos, estilos, paisajes y tradiciones de la tierra, se unen el patrón, el arreglador y el campesino, todos con los mismos briosos atavíos, respetando las jerarquías y las funciones; pero dentro de una hermandad con talante de familia ampliada. Un universo que se mueve según los ritmos, los desafíos y la visión al mismo tiempo contemplativa y aguerrida de la vida de nuestros campos y que proyecta su parte de encanto, misterio, serenidad combativa y belleza en la identidad del Chile que hoy se abre al mundo.

La raza de caballos chilenos viene, en último análisis, de los tiempos remotos de la Conquista y consiguió perdurar como tal hasta hoy. Gracias a los registros cuidadosamente guardados en las haciendas, entre 1893 y 1900, se pudo concretizar la apertura de un padrón que logró inscribir centenas de productos de raza pura de nuestros caballos. En 1910 se fundaron oficialmente los registros, bajo la tutela de la Sociedad Nacional de Agricultura, conservadora de los Registros Genealógicos del Caballo Chileno.  Legalmente el cuidado, la preservación, la reglamentación y la difusión de esta raza, está hoy a cargo de la Federación de Criadores de Caballos de Raza Chilena.

Pequeña y gran Historia, ancestros, valores y tradiciones, familias de nuestros campos, arriesgadas faenas, trabajos cotidianos, celebraciones y torneos están detrás de la noble raza del caballo chileno. Todo ello se viste de gala y se proyecta al país entero en la gran fiesta nacional del Rodeo, en las lucidas competencias de carruajes y en la semanas de las Chilenidad abiertas a análoga presencia tradicional de los pueblos hermanos; donde también brilla el garbo y la elegancia, por ejemplo, de  los caballos de paso peruano, que ilustran igualmente algunas páginas de este sitio. Sirvan estas breves notas para contribuir a darnos conciencia del aporte que la auténtica identidad de nuestros pueblos — unidos por la historia, la geografía y sobre todo por la Fe — pueden ofrecer para humanizar el progreso moderno.

Origen: Patricio Amunátegui Monckeberg


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